martes, 21 de abril de 2009

MUJER SALVAJE

Los cuentos de hadas, los mitos y los relatos proporcionan interpretaciones que aguzan nuestra visión y nos permiten distinguir y reencontrar el camino trazado por la naturaleza salvaje. Las enseñanzas que contienen nos infunde confianza: el camino no se ha terminado sino que se sigue conduciendo a las mujeres hacia el conocimiento cada vez mas profunda de si mismas. Los senderos que todos seguimos son del yo instintivo innato y salvaje.
La llamo la mujer salvaje porque estas dos palabras en concreto, “mujer” y “salvaje”, son las que crean el llamar o tocar la puerta, la mágica llamada a la puerta de la profunda psique femenina. Llamar o tocar la puerta significa literalmente tañer el instrumento del hombre para hacer que se abra la puerta. Significa utilizar las palabras que dan lugar a la abertura de un pasadizo. Cualquiera que sea la cultura que haya influido en una mujer, ésta comprende intuitivamente las palabras “mujer” y “salvaje”.
Cuando las mujeres oyen esas palabras, despierta y renace en ellas un recuerdo antiquísimo. Es el recuerdo de lo nuestro absoluto, innegable e irrevocable parentesco con el femenino salvaje, una relación que puede haberse convertido en fantasmagórica como consecuencia del olvido, haber sido enterrada por un exceso de domesticación y proscrita por la cultura circundante, o incluso haberse vuelto ininteligible. Puede que hayamos olvidado los nombres de la mujer salvaje, puede que ya no contestemos cuando ella nos llama por los nuestros, pero en lo mas hondo de nuestro ser la conocemos, ansiamos acercarnos a ella; sabemos que nos pertenecen y que nosotras le pertenecemos.
Nacimos precisamente de esta fundamental, elemental y esencial relación y de ella derivamos también en esencia. El arquetipo de la Mujer Salvaje envuelve el ser alfa matrilíneo. Hay veces en que la percibimos, y aunque experimentamos el ardiente deseo de seguir adelante. Algunas mujeres perciben este vivificante “sabor de lo salvaje” durante el embarazo, durante la lactancia de los hijos, durante el milagro del cambio que en ella se operan crían a un hijo o cuando cuidan una relación amorosa con el mismo esmero con que se cuida un amado jardín.
La existencia de la Mujer Salvaje también se percibe a través de la visión; a través de la contemplación de la sublime belleza. Yo la he percibido contemplando lo que en los bosques llamamos una puesta de sol “de Jesús Dios”. La he sentido en mi interior viendo venir a los pescadores del lago en el crepúsculo con las linternas encendidas y, asimismo, contemplando los dedos de los pies de mi hijo recién nacido, alineados como una hilera de maíz dulce.
La vemos donde la vemos, o sea, en todas partes.
Viene también a nosotras a través del sonido; a través de la música que hace vibrar esternón y emociona el corazón; viene a través del tambor, del silbido, de la llamada y del grito. Viene a través de la palabra escrita y hablada; a veces, una palabra, una frase, un poema o un relato es tan sonoro y tan acertado que nos induce a recordar, por lo menos durante un instante, de que materia estamos hechas realmente y donde esta nuestro verdadero hogar.
Estos transitorios “sabores de lo salvaje” se perciben durante la mística de la inspiración… ah, aquí está; oh, ya se ha ido. El anhelo que sentimos de la Mujer Salvaje surge cuando nos tropezamos con alguien que ha conseguido establecer esta relación indómita. El anhelo aparece cuando una se da cuenta que se ha dedicado muy poco tiempo a la hoguera mística o a la ensoñación, y demasiado poco tiempo a la propia vida creativa, a la obra de su vida o a sus verdaderos amores.
Y, sin embargo, son estas fugaces experiencias que se producen tanto a través de la belleza como la pérdida las que nos hacen sentir desnudas, alteradas y ansiosas hasta el extremo de obligarnos a ir en pos de la naturaleza salvaje. Y llegamos al bosque o al desierto o a una extensión nevada y nos ponemos a correr como locas, nuestros ojos escudriñan el suelo, aguzamos el oído, buscando arriba y abajo, buscando una clave, un vestigio, una señal de que ella sigue viva y de que no hemos perdido nuestra oportunidad. Y, cuando descubrimos su huella, lo típico es que las mujeres corramos para darle alcance, dejemos el escritorio, dejemos la relación, vaciemos nuestra mente, pasemos la pagina, insistamos en hacer una pausa, quebrantemos las normas y detengamos el numero, pues ya no podemos seguir sin ella.
Si las mujeres la han perdido, cuando la vuelvan a encontrar, pugnaran por conservarla para siempre. Una vez que la hayan recuperado, lucharan con todas sus fuerzas para conservarla, pues con ella florece su vida creativa; sus relaciones adquieren significado, profundidad y salud; sus ciclos sexuales, creativos, laborales y lúdicos se restablecen; ya no son el blanco de las depredaciones de los demás, y tienen el mismo derecho a crecer y prosperar según las leyes de la naturaleza. Ahora su cansancio-del-final-de-la –jornada procede de un trabajo y un esfuerzo satisfactorio, no del hecho de haber estado encerradas en un esquema mental, una tarea o una relación excesivamente restringidos. Saben instintivamente cuando tienen que morir las cosas y cuándo tienen que vivir; saben cómo alejarse y como quedarse.
Cuando las mujeres reafirman su relación con la naturaleza salvaje, adquieren una observadora interna, permanente, una conocedora, una visionaria, un oráculo, una inspiradora, un ser intuitivo, una hacedora, una creadora, una inventora y una oyente que sugiere y suscita una vida vibrante en los mundo interior y exterior. Cuando las mujeres están próximas a esta naturaleza, dicha relación resplandece a través de ellas. Esa maestra, madre y mentora salvaje sustenta, contra viento y marea, la vida interior y exterior de las mujeres.
Por consiguiente, aquí la palabra “salvaje” no se utiliza en su sentido peyorativo moderno con su significado de falto de control sino en su sentido original que significa vivir una existencia natural, en la que la criatura posee una integridad innata y unos límites saludables. Las palabras “mujer” y “salvaje” hacen que las mujeres recuerden quienes son y que es lo que se proponen. Personifican la fuerza que sostiene a todas las mujeres.
El arquetipo de la Mujer Salvaje se puede expresar en otros términos igualmente idóneos. Esta poderosa naturaleza psicológica se puede llamar psique natural, pero detrás de ella está también el arquetipo de la Mujer Salvaje. Se puede llamar la naturaleza innata y fundamental de las mujeres. En poesía se podría llamar lo “Otro” o los “Siete océanos del universo” o “la amiga”. En distintas psicologías y desde distintas perspectivas quizá se podría llamar el “id”, el Yo, la naturaleza medial. En biología se llamaría la naturaleza típica.
Pero puesto que es tacita, persistente y visceral, entre las cantadoras se las llama naturaleza sabia o inteligente. A veces se la llama naturaleza sabia o inteligente. A veces se le llama “mujer que vive al final del tiempo” o la “que vive en el borde del mundo”. Y esta criatura es siempre una hechicera-creadora o una diosa de la muerte o una doncella que desciende o cualquier otra personificación. Es al mismo tiempo amiga y madre de todas las que se han extraviado, de todas las que necesitan aprender, de todas las que tienen un enigma que resolver, de todas las que andan vagando y buscando en el bosque y en desierto.
De hecho, en el inconsciente psicoide-un inefable estrato de la spique, del cual emana este fenómeno -la Mujer Salvaje- es tan inmensa que no tiene nombre. Pero, dado que esta fuerza engendra todas las facetas importantes de la feminidad, aquí en la tierra se la denomina con muchos nombres, no solo para poder examinar la mirada de aspectos de su naturaleza sino también para aferrarse a ella. Puesto que al principio de la recuperación de nuestra relación con la Mujer Salvaje, esta se puede esfumar en un instante, al darle un nombre podemos crear para ella un ámbito de pensamiento y sentimiento en nuestro interior. Entonces vendrá y, si la valoramos, se quedará.

Mujeres que corren con los lobos. Clarissa Pinkola Estés.

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